martes, febrero 27, 2007

¿Ciencia o conspiranoia?

Marco Antonio era un aborto, Cleopatra un loro. No se parecían nada ni a Richard Burton ni a Liz Taylor; sus rostros no evocaban el cielo. Ahora resulta engañosa la narración de Plutarco, uno de los historiadores más solventes, cuando escribe que «la popa de la nave era de oro, los remos de plata y la reina de Alejandría, semejante a Venus». Como cronista errabundo en tantos acontecimientos, ya sospechaba yo que la Historia, incluso la que hemos narrado, era una fantasmagoría, una rama de la literatura fantástica. Que Antonio, el mujeriego, y Cleopatra, la puta del imperio romano, eran callos y cazo, lo prueba una moneda de plata que se exhibe ahora en la universidad inglesa de Newcastle; según esa calderilla, Cleopatra soportaba un mentón horripilante y una nariz puntiaguda, y Marco Antonio, unos ojos saltones y un cuello de toro.

¿Qué podían hacer los historiadores romanos sino describir a Cleopatra como a una diosa de voz dulce, que se bañaba en leche de burra, y a Antonio como un playboy que montaba cócteles en la víspera de las batallas? Sabemos que a César lo mató Bruto, y a Enrique de Trastámara, Pedro el Cruel, y eso que entonces no había cámaras ocultas ni comisiones de investigación; y no sabemos quién o por qué mataron a Kennedy, rodeado de cámaras, en el país donde la libertad de prensa es la viga maestra de la democracia; en el siglo de conspiraciones, servicios secretos y chicas del tambor, la Comisión Warren fue un artificio de Estado.

En España aún se oscurecen más las tragedias y las conspiraciones, porque la política es una continuación de la teología y la Historía es una faramalla; es decir, una política encaminada a engañar. El juicio de nuestra vida que comienza hoy está escrito en 100.000 folios; nadie los ha leído ni los leerá nunca, porque seria como hojear 500 novelas en una semana. Sí que han leído los reportajes de investigación de EL MUNDO. Si sabemos algo más de las mentiras oficiales ha sido gracias a este periódico, que ya no sufre aquel acorralamiento de los años 90, porque se ha batido y ha salido vivo de su viaje a la oscuridad de los servicios secretos y de los confites.

Ante la inexpresividad de los ensotanados, no todo el proceso se resumirá en el bizantinismo de dinitrotolueno o Goma 2 ECO, galgos autrigones o podencos islámicos; tenemos que ir al fondo y que no llamen paranoia ni teoría de la conspiración al afán por descubrir los recovecos de una tragedia que ha estado sometida a tergiversaciones y trampas políticas. Hay que penetrar en la duda y en la oscuridad. Si la nariz de Cleopatra hubiese sido de otra forma, la historia hubiera cambiado, pero nosotros ya no creemos en el destino fatal que se expresa en el final de Antonio y Cleopatra: el luminoso día ha terminado y estamos destinados a la oscuridad.

RAÚL DEL POZO. El Mundo.

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