lunes, mayo 07, 2007

Corrupción

Por Carlos Rodríguez Braun

El último diálogo de «Ni vencedores ni vencidos» tiene lugar en la cárcel donde está encerrado el juez alemán, Burt Lancaster, y éste le asegura al juez americano, Spencer Tracy, que no sabía a qué extremos iba a llegar la dictadura nazi. Tracy replica: «Sí, lo supo usted la primera vez que condenó a un inocente».

Cuando estalló la corrupción en la administración socialista anterior, cuando hasta para los socialistas más entusiastas fue innegable que secuaces de Felipe González se habían llevado descaradamente la caja, habían montado tramas de extorsión para financiar al PSOE, si no cosas peores, algunos se preguntaron, igual que el personaje de «Conversación en la catedral»: ¿Cuándo se jodió el Perú?

Me inclino por 1983, cuando el Gobierno se salió con la suya a propósito de la expropiación de Rumasa, presionando nada menos que al presidente del Tribunal Constitucional, el pobre García Pelayo, que no se recuperó nunca, y murió al poco tiempo en un triste autoexilio. Alfonso Guerra, el de «to´ p´al pueblo», jura que nunca proclamó la muerte de Montesquieu. Pero no era necesario. Los socialistas comprobaron que no había ninguna barrera institucional que no pudiesen franquear.

Sólo tuvo que pasar un tiempo hasta que alguno metiera la mano, y no precisamente en las páginas de Lord Acton donde se dice que el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.

No es casual que los regímenes más corruptos sean los menos liberales, porque la injusticia se generaliza en la sociedad cuando la hipertrofia de la política sanciona finalmente la subordinación al poder, y la perversión plasmada en el aforismo «al amigo, el favor; al enemigo, la ley».

De ahí la importancia de que las instituciones, clave no sólo de la economía sino también de la moral, no sean discrecionales.

No sé por qué he recordado esto de Rumasa, que sucedió, cual verso de Borges, en un tiempo que no podemos comprender.

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